Tenemos el orgullo de contarles que Camila Barboza, renueva su participación en la Sección Literatura, esta vez con un cuento que combina la compasión con la ironía y el humor negro.
Consigue, finalmente, ponernos incómodos:
¿quién es culpable de los límites que se cruzan? ¿qué papeles cumplen la sociedad, el Estado y el desamparo en lo que ocurre?
Niños
envueltos
-Chicos,
¡ya llegué!- gritó la madre cruzando el umbral de la puerta.
Los
ojos verdes de un niño de cinco años asomaban por un libro.
-¡Hola
mamá! ¿Cómo te fue?- saludó una
adolescente que bajaba por las escaleras.
Se
encontraban en un living de una casa bastante pobre, en la Alemania nazi de
principios de la década del ’40. La atmósfera que reinaba era gris, el frío se
colaba por entre las faldas y los sacos gastados y agujereados, y el miedo y la
angustia caminaban buscando cuerpos desesperados.
-Muy
bien hija, aunque los señores no dejaron sobras para hoy.
La mujer de pelo canoso y manos arrugadas de tanto lavar ropas ajenas por sus hijos, se dejó caer en el viejo sillón.
La mujer de pelo canoso y manos arrugadas de tanto lavar ropas ajenas por sus hijos, se dejó caer en el viejo sillón.
Los
niños presintieron que esa noche no iban a cenar, para no variar el resultado
de toda la semana, e intentaron callar sus pancitas vacías que se quejaban por
el maltrato.
-No
importa, hoy almorzamos con la tía Molly- dijo John, dejando su libro
destartalado sobre otros más. Se dirigió entonces hacia los brazos de Ana, su hermana
de 16 años, quien pasaba el tiempo buscando fotos de posibles candidatos para
matrimonio a sabiendas de que si bien era muy bonita, con la pobreza que
cultivaba su hogar le iba a resultar mucho más difícil conseguir el marido que
deseaba.
Su madre
se levantó enérgicamente a cocinar.
-Bien,
¿qué es lo que quieren comer hoy?- dijo la mujer poniéndose el delantal.
Los
niños observaron a su madre.
-Pero,
habías dicho…- empezaron al unísono.
-Ya sé
lo que les dije, pero me dieron el pago de toda la semana. No es mucho, pero
algo es algo- dijo sonriente.
-¡Queremos
niños envueltos!- dijo John relamiéndose y recordando la comida que tiempo
atrás comían todos los fines de semana.
-Bien,
saldré un momento- dijo su madre.
Cerca
de las ocho de la noche, la madre llamó a sus hijos y a Mark, su esposo, a
comer. Mark estaba desempleado, por eso la familia se había hundido económicamente. Aunque pasaba todo el día afuera buscando algo con que mantener a
su esposa e hijos, la situación del país no ayudaba mucho.
Los
cuatro se sentaron en las sillas a juego desgastadas y se dedicaron a comer.
La
comida estaba inusualmente deliciosa, con un toque dulce en la carne que llamó
la atención del padre y los hijos. Repetidas veces le preguntaron a la mujer
qué tipo de carne había usado para que estuviera tan rico, pero sin inmutarse
ella cambiaba de tema constantemente, por lo que desistieron.
Varios
fueron los días que disfrutaron de esa comida deliciosa, hasta que una noticia
tenebrosa se escurrió dentro de sus días…
Niños
de su mismo barrio habían desaparecido sin dejar ningún rastro, parecía que se
los había comido la tierra.
La
familia horrorizada vio como agentes policía se llevaban a la madre, la cual
repetía una y otra vez su frase de defensa…
“No
había qué comer, y ellos querían niños envueltos”.
Comentario: Este cuento lo hice el año pasado y lo revisé ayer a la noche mientras estudiaba biología (aunque en mi opinión, no entiendo para qué necesito saber MÁS de la existencia de los hidratos de carbono, creo que el chocolate es suficiente. Lo mismo que la Geografía Profe si ve esto, la quiero igual) , así que disculpen si pasé por alto algunas faltas.
Cami :)
Muy buen cuento!, te deja sin hambre... :)
ResponderBorrarAgustín.