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domingo, 26 de mayo de 2013

Ojos - Sección Literatura

Para los que se animan a los nudos en la garganta les dejamos una aterradora historia escrita por Santiago Fontenla.


"Ojos"


Era extraordinario. Me sentía vigilado por la casa  misma. Por esa casa inanimada.  Es obvio que todos alguna vez experimentan esta sensación pero nunca, estoy seguro, nunca con esta intensidad. 
Todavía se pueden sentir sus invisibles ojos a través de la pared. Escucho una voz también. No quieren que nadie sepa lo que pasó allí adentro. No soy un escritor profesional, no vivo de mi escritura. Pero a alguien se lo tengo que contar, ¿qué mejor que un pedazo de hoja y un lápiz como herramientas para transmitir este mensaje?Describiré lo que ocurrió ¿quién sabe?, tal vez el mundo entero lea mi narración y me otorgue la razón. Pero no. Escribo esto, suelto el lápiz por unos minutos y un llanto acompañado de un grito desgarrador sale de mí sin que yo pueda evitarlo.

Retomo la escritura, es claro que ya estoy muy cerca, no me voy a rendir ahora. Sé que esa voz y esos ojos seguirán atormentándome pero tengo que escribir. Mientras tanto, trato de distraer a mis orejas, que escuchen otros sonidos. A la tele, a el trafico, a los vecinos, a la música. Pero es imposible ignorar a esa voz que repite y repite: “Dejá ya de escribir, no voy a dejar que lo cuentes”. No me puedo callar, ¿cómo alguien podría continuar su vida normal si le pasara lo que me pasó a mi? Si yo no puedo, nadie puede. No. Detrás de mi pecho hay un corazón muy duro y  difícil de impresionar. Hasta que esa voz y esos ojos no terminen de hablarme y mirarme, no voy a empezar a escribir lo que verdaderamente importa que lean. 

Ahora nuevos invitados llegan. Una Mano. Puedo sentir una mano palpándome el hombro cada vez más fuerte para que deje de escribir, casi golpeándome. Estoy aterrorizado. Frente a mí, los ojos, la voz y las manos se unen para crear una figura. En este punto la voz ya me grita en el oído: “¡Dejá ya de escribir, no voy a dejar que lo cuentes!”. A la personificación se le agregan piernas, cabeza, torso, dientes, labios. Ahora está tomando un tono de piel decente. Se está pareciendo a un humano, a un hermoso humano. Finalmente una cabellera. Dorada, larga y hermosa en todas sus formas.

Ya se mueve. Camina, corre hacia a mi. Hacia mi escritorio, hacia mis hojas escritas. Parece que entiende lo que escribo. Su mirada se torna pesada y penetrante. Me cuesta seguir con esto. Empiezo a escribir muy, muy lento. Pero de nada sirve. La miro y por fin habla dice algo distinto con voz ronca y extraña para una mujer: “Te tendrás que llevar tus recuerdos y palabras a la tumba. No lo voy a permitir”.
Se le acabó la paciencia. Se cansó de ver que yo la ignoraba. Su mirada se siente más y más pesada aún y su tono de piel cambia a un rojo vivo. Siento un terror indescriptible, pero sigo describiendo su transformación, ya casi sin mirar las hojas. Siento que mi final se acerca pero la señorita ni un pelo me toca todavía. Sus extremidades se vuelven gigantes y deformes. Sus ojos toman un color violeta fuerte. Ya no es un humano. Es un monstruo que me mira y me mira y no saca sus ojos de encima de mí. No lo tolero más. Si quiero seguir con mi vida, un último sacrificio me bastará.

Me voy a arrancar los ojos, le voy a dar el gusto a la muchacha. Yo no lograba ver. Pero ahora ella me ofrece los suyos y tomará los míos. Ya los tiene. Me comprende. Puede observar desde otro ángulo la casa del terror. Yo también veo todo… diferente. Yo contengo mis lágrimas. Pero ella no puede. Es muy extraño llegar a ver el lado sensible de este espectro. Ahora tiene ojos dulces. Mis ojos dulces. Yo soy un monstruo, los ojos me convierten en un ser demoníaco. Al verme al espejo me di cuenta que no era el mismo.Y ahí entendí su venganza. Ella se sentó frente a mis hojas. Y yo no protesté. Sentía que nadie necesitaba explicarme qué debía hacer yo ahora. Me tenía que mudar. 

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